El simbolismo constructivo de la fracmasonería (2010)
Lo más característico de la Masonería es su estrecha identificación con la actividad constructora, de la que extrae todos sus símbolos, ritos y tradiciones.
Tanto la historiografía como la tradición nos enseñan que desde el surgimiento de las primeras civilizaciones en Asia Menor, Mesopotamia y Egipto, el hombre nunca ha dejado de construir. Esta es la razón por la cual podemos estar seguros de que ha habido una ininterrumpida generación de nuevos maestros constructores, quienes recogen la experiencia de sus sucesores.
Ese impulso constructor lleva a la masonería a considerar, bajo una misma perspectiva y unidas por el mismo hilo conductor, tanto las construcciones megalíticas de pirámides como Stonehenge, la catedral de Reims, el parlamento de Londres, la torre de Eiffel y otras. Cada una de estas obras merecerá una particular consideración cultural, política y estética; pero todas definen de algún modo la espiritualidad de una época y obraron sobre los hombres al mismo tiempo que ellos obraron sobre éstas. En su construcción, se hacía patente la verdad de la afirmación masónica: «Lo que tú haces, te hace». La acción sobre el mundo es también acción sobre mí.
No obstante, debemos señalar, según enseña René Guénon en su trazado sobre «La iniciación y los oficios», que la iniciación masónica tiene como «soporte» el oficio de constructor, y por ende el simbolismo constructivo. Ello es así porque en toda civilización tradicional la actividad del hombre, cualquiera que fuese, siempre se considera como derivada esencialmente de los principios; por esta razón se podría decir que la actividad es de alguna forma «transformada», y en lugar de reducirse a lo que es desde el punto de vista de la simple manifestación exterior (lo cual es, en definitiva, la concepción profana), está integrada a la tradición y constituye, para quien la realiza, un medio efectivo de participación. Lo mismo ocurre desde un punto de vista exotérico puro y simple: si se considera, por ejemplo, una civilización como la civilización islámica o la civilización cristiana de la edad media, no hay nada tan sencillo como darse cuenta del carácter religioso que revestían los actos más ordinarios de la existencia.
En esas civilizaciones, la religión no era algo que ocupaba un lugar aparte, sin relación alguna con todo lo demás, como sucede con los occidentales modernos; al contrario, tocaba profundamente toda la existencia del ser humano, o mejor dicho, constituía su existencia. Y, en particular, la vida social se encontraba englobada en su dominio; de manera que, en tales condiciones, no podía existir en realidad nada profano, excepto para los que, por uno u otro motivo, se encontraban fuera de la tradición y cuyo caso representaba una simple anomalía.
Pero hay algo más: si pasamos del exoterismo al esoterismo, comprobamos de forma muy general, la existencia de una iniciación que está ligada a los oficios y que los toma como base. Es así cómo estos oficios son todavía susceptibles de un significado superior y más profundo. Se trata, en esencia, del cumplimiento por parte de cada ser de una actividad conforme a su propia naturaleza. En la concepción profana –enseña René Guénon– un hombre puede escoger una profesión cualquiera, y puede incluso cambiarla a voluntad, como si esta profesión fuese algo únicamente exterior, sin ningún vinculo real con lo que él es verdaderamente y con lo que hace que sea él mismo y no otro.
El simbolismo constructivo de la fracmasonería
Alfredo Corvalán
Ediciones de la Fe, 2010