Trascendencia iniciática y positivismo
A L.·. G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·.
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Trascendencia iniciática y positivismo
Alfredo Corvalán
El positivismo es un sistema de filosofía basado en la experiencia y en el conocimiento empírico de los fenómenos naturales, en el que la metafísica y la teología se consideran sistemas de conocimientos imperfectos e inadecuados. Se entiende por “experiencia” al contacto sensible con la realidad, obteniendo de ella, por medio del “método”, las observaciones y los conocimientos. Lo empírico es, por lo tanto, todo lo que resulta de la experiencia y que sólo puede aceptarse en tanto es posible contrastarle con ella. El término positivismo fue utilizado por primera vez por Auguste Comte, filósofo y matemático francés del siglo XIX.
La ingerencia del positivismo alteró y altera sustancialmente el espíritu iniciático original de la masonería, aduciendo que lo espiritual, por ser ajeno al mundo empírico, no es científico; por lo tanto inapropiado para una sociedad filosófica. Se debe considerar que el espíritu positivista reclamó atraer a la ciencia toda forma de pensamiento, siempre y cuando el conocimiento obtenido fuera susceptible de ser empíricamente comprobado.
De esta manera, los fenómenos del mundo sobrenatural y metafísico, por no ser asequibles a la comprobación científica, no parecen ser del interés de la ciencia, y al no serlo forman parte de la superstición y del fanatismo. Finalmente, es preciso insistir que el positivismo, además de una visión del mundo ciertamente paradigmática, fue también una verdadera actitud que cautivó a los hombres progresistas de la época; también sedujo a escritores, científicos, filósofos y masones. Es precisamente por causa del positivismo que hoy se habla de una masonería racionalista y material, que rechaza las ideas propiamente iniciáticas y espirituales de la Gran Tradición Iniciática de la Humanidad, al considerarlas no precisamente antiguas, sino fundamentalmente “anticuadas” y ajenas al espíritu “del siglo que vivimos”.
Para comprender en toda su dimensión la problemática planteada, debemos partir de una premisa básica: la naturaleza y los objetos de estudio de la Orden masónica no constituyen elementos del mundo natural, es decir, del mundo empírico o de las cosas materiales, no al menos en la tradición esotérica del pensamiento masónico. La “experiencia masónica” no es una experiencia posible de explicar desde la perspectiva del positivismo, ya que no se trata de una vivencia que ande en búsqueda de los contrastes entre «teoría» y «realidad», entre sujeto y objeto, sino de una vivencia que tiene que ver con la vida interior del hombre, esto es, con la maestría espiritual.
El interés de la filosofía masónica trasciende el mundo material, es decir, el mundo sensible, y se ubica en los objetos del mundo “sobrenatural”, mundo donde habitan conceptos; como la idea de Dios, la fe, el espíritu, el alma y su inmortalidad, los fenómenos iniciáticos de muerte simbólica y renacimiento, la trascendencia del Ser y la muerte, entre otros. Que estos conceptos se alojen en el mundo sobrenatural, no significa que sean irreales, ficticios o fantásticos, ya que el mundo sobrenatural es tan real, que existe, aunque sus residentes no sean ciertamente asequibles a la comprobación empírica, según los criterios del positivismo.
Hay que hacer, por otra parte, una precisión. Teniendo la masonería por objeto de estudio las cosas del mundo metafísico, como hasta aquí se ha dicho, ello no significa que la masonería sea una especie de ensueño, ilusión, utopía o entelequia separada del mundo físico ni es ajena a las grandes causas que la sociedad reclama en abono de la justicia y la igualdad. Es decir, la Orden masónica no se alinea en el interés de las discusiones bizantinas e inocuas, ya que de manera sobrada ha demostrado, por medio de la conducta de sus miembros, que ha sabido actuar en beneficio de los grandes impulsos de independencia, libertad y progreso de los pueblos.
Hecha esta puntualización, a toda luz necesaria, habrá entonces que argumentar el carácter iniciático de la Orden masónica. En efecto, la Orden admite a sus miembros a través de una ceremonia que evoca a las celebradas en la antigüedad por los practicantes de los Grandes Misterios; ceremonias cuyo propósito era detonar el proceso de evolución del espíritu y del alma humana para arribar a las grandes revelaciones del mundo superior y oculto. Los masones conocemos estos develamientos y manifestaciones como el Gran Misterio de la Orden; que no es otro que la comprensión, la vivencia y la identificación con la Verdad única, eterna e inmutable.
El camino hacia el conocimiento de este Gran Misterio es iniciático por naturaleza, no es empírico porque su esencia no pertenece al mundo de las cosas materiales, sino al reino del espíritu. La palabra iniciación procede de la latina “initiare”, de initium, “inicio o comienzo”, y deriva de la voz “in”, dentro o “ire”, ir. Esto es: ir dentro o penetrar al interior y comenzar un nuevo estado de cosas. De la etimología de la palabra se desprende que el significado de la iniciación es el ingreso al mundo interno para comenzar una nueva vida. Sin embargo, estamos convencidos de que la concreción o la culminación de la iniciación en los tiempos que vivimos constituye un proceso difícil de lograr, aunque no imposible, pues el hombre contemporáneo habita un mundo material y social de infinitas distracciones y de no menos tentadoras seducciones.
El masón típico de hoy en día es sólo un masón que asiste a su Logia, no es un masón “practicante”. Sin embargo, a pesar de todo, la dotación simbólica de los rituales conserva aún elementos esenciales para predisponer el espíritu del adepto hacia una mirada retrospectiva “al camino de retorno”, por mucho que este examen sea meramente contemplativo y no se vea seguido de una acción verdaderamente iniciática, pues ésta requeriría de un retiro imposible de exigir al hombre contemporáneo.
Hoy en día, la verdadera riqueza de la Orden masónica parece no estar instalada en las virtudes de la iniciación real, sino meramente en las virtudes de la iniciación simbólica. Esto es una de las consecuencias de que los rituales de la Orden en muchos casos fueron literalmente amputados de sus significados iniciáticos.
El masón actual es un masón que, pese a calificarse de “filosófico”, es profundamente acrítico y ligero en sus apreciaciones, además de mal y poco informado en la historia, principios y leyes de la Orden. La mano del positivismo es clara en muchos pasajes de nuestras ceremonias, y no se advierte que las tesis del positivismo son del todo opuestas a las proposiciones, principios, simbolismo y enseñanzas de la masonería.
El positivismo niega nuestras “verdades”, pues considera que la inmortalidad del alma, además de incomprobable, es poco menos que imposible. Sin embargo, la inercia, la costumbre, el acriticismo o simplemente la ausencia de interés hace que el masón deje pasar temas en extremo fundamentales para la Orden, y que dé por hechas algunas conformidades que no pasarían el más ligero análisis de quien, con una postura de reflexión, de inmediato las pondría en la mesa de discusión.
Aunque es cierto que el argumento positivista es válido y aún necesario en el mundo de la academia y de la ciencia, en el ámbito de lo masónico es inapropiado, además no tiene cabida si aceptamos que la naturaleza de la Orden no se instala en el contorno de lo material y lo empírico, sino en el contorno de lo espiritual e interno.
No es pues el mundo exterior lo que interesa prioritariamente a la Orden, sino justamente el mundo interior, ese universo en el cual se entra a través de la iniciación. Pero ¿cuáles son los aspectos iniciáticos alterados por el positivismo? Sería pertinente citarlos todos, pero basta con citar solo algunos, precisamente aquéllos que se ubican en pasajes con los que el masón está más familiarizado cotidianamente. Por ejemplo, en muchas Logias la ritualidad se encuentra postergada y confinada al olvido. Se argumenta, y muy mal, que la masonería debe modernizarse y que tal modernización significa equipararla a las organizaciones profanas de carácter filosófico.
Asimismo, los símbolos han quedado mudos; las enseñanzas iniciáticas de fondo, derivadas de la inmortalidad del alma, han pasado a nuestros días como meros recuerdos; y lo que ahora se invoca en los rituales en uso, es la inmortalidad “de la idea”, asunto que tiene un carácter histórico y civil, pero nada de iniciático. Las formas de actuación de los masones también se hallan impregnadas por el positivismo, es sobradamente conocida la expresión de que la masonería ya no es secreta, sino solamente “discreta”.
En fin, el positivismo llegó a nuestras puertas desde finales del siglo XIX, y parece que es tiempo de rescatar a nuestra Orden de esa visión paradigmática, que no explica ni siquiera superficialmente el verdadero carácter y la naturaleza de la Orden Masónica Universal. Para ello es imprescindible poner la trascendencia como uno de los pilares de la identidad masónica.
Referencia bibliográfica:
- Corvalán, Alfredo (2008). Masonería y Trascendencia. Montevideo: Ediciones de la Fe.
QQHH
Actualmente la Trascendencia iniciática no esta
contenida en el Positivismo del sXIX, debe estar
desde el siglo pasado en el Constructivismo, ya
que nuestros secretos los razonamos en un ambiente
simbólico y convenidos entre los iguales.
Queda claro que el positivismo se aplica perfectamente
a usos y costumbres en la vida profana, en la vida
material y comprobable.
TAF