El Gran Arquitecto del Universo de ateos y agnósticos (Santiago Torres)
A L.·. G.·. D.·. G.·. A.·. D.·. U.·.
Libertad Igualdad Fraternidad
El Gran Arquitecto del Universo de ateos y agnósticos
Santiago Torres
Podría suponerse que no es fácil para los masones agnósticos y ateos reconciliar sus convicciones con el símbolo “Gran Arquitecto del Universo”. Aunque la aproximación al tema no es igual en uno y otro caso, por cierto, a los efectos prácticos, tanto la ignorancia proclamada en la visión agnóstica (que admite matices, como ya se verá) como la incredulidad de la visión atea (que también admite matices) enfrentan un desafío similar para religarse con ese Gran Arquitecto y, en general, ambas procuran salvar ese desafío atribuyendo al símbolo de referencia una naturaleza estrictamente basada en la naturaleza simbólica de la masonería, evitando trasladar a ésta conceptos y significados propios del universo religioso-profano.
Comencemos por determinar qué suponen tanto el agnosticismo y el ateísmo, así como cuáles matices podemos encontrar en los mismos. El agnosticismo, en cambio, no niega ni afirma: desconoce por carecer de pruebas —ora por la vía científica, ora por revelación— en sentido alguno. Reconoce matices, empero, como ya se indicó:
- Agnosticismo fuerte: postula la imposibilidad general de la cognición de entidades divinas.
- Agnosticismo débil: expresa una imposibilidad personal —y no general— de lograr la cognición de divinidad alguna.
- Agnosticismo apático: postula no sólo no conocer entidad divina alguna; sino que, además, estima que ésta(s), de existir, no supone(n) nada concreto en la realidad humana, por lo cual la búsqueda de su conocimiento es irrelevante.
- Agnosticismo interesado: al revés que los “apatistas”, el agnóstico interesado sí estima de interés procurar indagar acerca de la existencia o no de una o varias entidades divinas, por cuanto no es igual la existencia humana en uno u otro caso.
- Ignosticismo: término acuñado por el Rabino Sherwin Wine, el ingosticismo, antes de poder determinar si Dios existe, debe definirse qué se entiende por tal.
- No-cognitivismo teológico: postura muy cercana a la “ignosticista”, postula que las palabras como Dios, divinidad, etc. carecen de todo sentido por cuanto no son verificables; rechazan incluso al ateísmo fuerte, porque —afirman— un ateo ha determinado la inexistencia de Dios o dioses luego de haber creído comprender esos conceptos, y eso resulta totalmente imposible.
El ateísmo iguala la incapacidad de conocer a la negación de la existencia de divinidad(es). Y, en términos generales, presenta dos matices:
- Ateísmo fuerte o positivo: consiste en la categórica negación de la existencia de divinidades.
- Ateísmo débil o negativo: es una forma de ateísmo muy similar a la del agnosticismo y postula simplemente la no creencia en divinidades; esto es, la ausencia de fe.
La variedad es importante. Incluso esas categorías podrían admitir matices internos. Por consiguiente, la postulación apriorística de que el agnosticismo y el ateísmo resultan incompatibles con la pertenencia a la Orden Masónica es, cuando menos, apresurada y requeriría una muy sólida argumentación. Una sólida argumentación dirigida a excluir, lo cual es posible pero exigiría un ejercicio intelectual y de prudencia muy grande.
Además de los múltiples matices que ambas posiciones (agnosticismo y ateísmo) admiten, hay otro elemento clave para analizar si la tal incompatibilidad tiene algún tipo de sustento lógico: ¿qué es el Gran Arquitecto del Universo?
El G.·. A∴D∴U∴, axioma pero no dogma
La definición del Gran Arquitecto del Universo no puede ser idéntica a la que se le da a Dios en el mundo profano. Éste, en la mayoría de los casos, es el dios abrahámico, caracterizado por ser autoconsciente y con voluntad. Pero la ecuación “Gran Arquitecto del Universo = Dios abrahámico” no surge de ninguna parte, es un diktat arbitrario. ¿Es imprescindible tener fe en una entidad caracterizada por los atributos referidos para que el símbolo del Gran Arquitecto del Universo pueda ser cabalmente comprendido por un masón? En realidad, la ecuación mencionada surge de formulaciones de Hermanos Masones relevantes o por instancias institucionales de algunas potencias masónicas, pero ni unos ni otras han creído necesario demostrar el aserto, al que dan por bueno sin más trámite.
El Convento de Lausana de 1875, del Rito Escocés Antiguo y Aceptado, define al Gran Arquitecto del Universo como “una fuerza superior” que, además, es “un principio creador”. Sólo quebrando la lógica e introduciendo definiciones propias del mundo profano —más que respetables— puede establecerse que “una fuerza superior” y “un principio creador” equivalen a una divinidad real, autoconsciente y con voluntad. De las premisas no deriva esa conclusión en modo alguno. En términos de la Lógica, se trata de un clásico paralogismo, o sea, un razonamiento falso aunque por error y no por malicia.
En el caso de la Gran Logia de la Masonería del Uruguay, la definición formulada en el artículo 3° de su Constitución es aún más flexible, aunque, paradojalmente, más precisa: “La masonería reconoce la existencia de un principio creador , superior , ideal y único, que denomina Gran Arquitecto del Universo, cuya interpretación es personal y absolutamente libre para cada masón. El concepto del único y común origen de los hombres, contenido en el nombre simbólico de Gran Arquitecto del Universo, constituye el fundamento en que se basan los preceptos masónicos de Libertad, Igualdad y Fraternidad”. Y agrega en su artículo 5°: “No impone ningún límite a la libre investigación en la búsqueda de la verdad, exigiendo la mayor tolerancia”.
Tenemos, pues, que para la Masonería del Uruguay —al menos para su Constitución— el Gran Arquitecto del Universo es un principio creador, sí, superior, sí, único, sí, pero “ideal”; esto es, una convención necesaria para establecer el fundamento de que los seres humanos, por compartir un origen común, somos iguales en dignidad y acreedores de idéntico respeto. Es por ese motivo que el símbolo del Gran Arquitecto del Universo es “único”: sustenta la igualdad ontológica de los hombres. Y ése sí constituye un requisito sine qua non para integrar la masonería. Sin la creencia en ese principio, no puede interpretarse a cabalidad la arquitectura simbólica de la masonería.
De esa definición, sin embargo, en modo alguno deriva que el Gran Arquitecto constituya una divinidad autoconsciente y volitiva. Podrá serlo para quienes legítimamente tengan fe en ello, pero no es imprescindible.
Aquello que sí es imprescindible es la creencia en ese origen común; ese centro de unión entre todos los hombres, sin el cual el edificio simbólico de la masonería se viene abajo porque no habrá sustento para el principio de Igualdad. Ése, por tanto, es el axioma de existencia de la Orden Masónica.
Y la definición establecida en el artículo 5° abona, creemos, lo que venimos afirmando. Porque la libre investigación —que comprende el análisis y la reflexión— en la búsqueda de la verdad, para un masón no tiene límites. Ello es consistente con el artículo 2° de la declaración del Convento de Lausana de 1875: “No impone ningún límite a la investigación de la verdad y exige a todos la tolerancia, a fin de garantizar a todos esa libertad”.
¿Y si en el curso de su búsqueda personal el masón arriba a la conclusión de que no hay una divinidad autoconsciente y con voluntad propia o, al menos, concluye que no se encuentra en condiciones de afirmarlo, debería entonces pedir el Placet Quitte y abandonar la mismísima institución que le brindó las herramientas a partir de las cuales arribó a esa personal conclusión?
La única forma en que la incompatibilidad entre Masonería y las visiones ateas y agnósticas sería posible estribaría en la prohibición de investigar el símbolo del Gran Arquitecto del Universo. Sólo así podría salvaguardarse a éste de la duda inherente a toda investigación honesta y auténticamente libre.
¿Pero qué clase de masonería sería ésa en que ciertos tópicos estuviesen vedados al libre examen a los efectos de preservarlos de la duda metódica? Ciertamente, sería una masonería que se negaría a sí misma, convirtiendo un símbolo de naturaleza axiomática en un dogma de naturaleza religiosa. Los artículos de fe no son incompatibles con la calidad de masón, pero a condición de que permanezcan en la esfera estrictamente personal y no pretendan imponerse sobre los demás.
La “inmortalidad del alma”
Otro tanto ocurre con la “inmortalidad del alma”; la cual, de paso, no aparece en la definición del rito formulada en Lausana, sino en “corolarios” de la igualación del Gran Arquitecto del Universo al dios abrahámico, que asumen esa ecuación como una verdad evidente (aunque ya vimos que no lo es).
En primer lugar, al igual que con el símbolo “Gran Arquitecto del Universo”, la traslación mecánica de los conceptos religiosos (por tanto, profanos) de alma e inmortalidad al universo masónico, no corresponde.
Creer en una suerte de élan vital, de naturaleza inmaterial, que tal vez nos preceda y seguramente nos sobrevivirá, es tan legítimo como creer en un Gran Arquitecto del Universo real, autoconsciente y volitivo. En el plano simbólico de la masonería, empero, la inmortalidad supone otra cosa muy diferente y que —ésa sí— es intrínseca a nuestra Orden: la fraternidad como concepto que supera las dimensiones espacial y —aquí la clave— temporal.
La liturgia y la simbología masónicas nos vinculan a todos los masones en el formidable desafío que supone la construcción del simbólico Templo (la sociedad justa y perfecta) erigido a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo (expresión de la igualdad entre todos los seres humanos y, por tanto, de unidad como especie), más allá de tiempo y espacio. Los masones fallecidos nos heredan las paredes que han levantado, como ocurría con los masones operativos durante la construcción de las grandes catedrales, y es en ese sentido que resultan “inmortales”. Por añadidura, para quienes tengan fe en ello, podrán ser inmortales en espíritu (al modo religioso), pero esto último no constituye una consecuencia lógica, sino una legítima pero intransferiblemente convicción personal.
En segundo lugar, y también como señalamos respecto del Gran Arquitecto del Universo, al masón no le está vedada investigación alguna. Todo es pasible de revisión, estudio, análisis y reflexión, incluida la presunta inmortalidad del alma, que —vale la pena reiterarlo— no está estipulada en ninguna parte, salvo en las afirmaciones dogmáticas, que no simplemente axiomáticas, de masones relevantes que pretenden transformar sus convicciones personales en reglas de carácter universal.
La Biblia en el Ara
Por las razones anteriormente apuntadas, para ningún masón ateo o agnóstico debería suponer violencia alguna a su conciencia la presencia de la Biblia en el Ara, ni prestar promesas o juramentos sobre la misma.
La Biblia, desde la perspectiva que venimos desgranando, es un símbolo más y no “la Palabra del Gran Arquitecto del Universo”. Si fuera esto último y hubiera que creerlo a pie juntillas, los Hermanos de religiones no cristianas quedarían automáticamente excluidos, salvo que se incorporaran otros textos sagrados al Ara. ¿Acaso los Hermanos de origen judío sólo consideran el Antiguo Testamento y descartan el resto a la hora de prestar una promesa de honor? Es una pregunta absurda que se responde casi por sí misma: no lo hacen porque el valor de la Biblia es simbólico, en tanto representación del Volumen de la Ley Sagrada.
Alguien podría señalar, empero, que aun cuando la Biblia sea un símbolo, no deja de ser precisamente la representación de una “ley sagrada”. Si es “sagrada”, entonces debería haber una entidad superior, de naturaleza divina, que hubiese dictado esa “ley”. Una vez más: es errónea la traslación mecánica de significados propios del universo religioso —que es profano del punto de vista masónico— al que nos es propio.
La “ley sagrada” es la ley moral, quintaesencia de la Masonería, y en ese sentido es “sagrada”. No es una ley dictada por Dios, sino que deriva de la representación de la Igualdad y la Fraternidad que se expresan en el símbolo del Gran Arquitecto del Universo. Es, por consiguiente, el instrumento del discernimiento moral. Y siendo el instrumento del discernimiento moral es, por consiguiente, la expresión del libre albedrío, o sea, aquello que nos hace seres morales, capaces de optar entre el bien y el mal; a diferencia de los animales, incapaces de opciones por fuera de los patrones biológicos de supervivencia, como individuos y/o como especie. Es “sagrada” en tanto los masones veneramos la moral, haciendo de lo axiológico una preocupación consustancial a nuestra Institución.
En suma, si el Gran Arquitecto del Universo expresa el principio básico de Igualdad y la inmortalidad es la representación de la Fraternidad, la Ley Sagrada es el símbolo de la Libertad, en tanto instrumento del discernimiento moral.
No hay que olvidar el carácter simbólico de la Masonería
Así como la Masonería emplea símbolos y alegorías provenientes del arte de la construcción, también lo hace de otras fuentes. Entre otras, del universo religioso, aun sin ser ella misma una religión (al menos en su sentido más convencional), y de la alquimia.
Pero así como el sentido figurado de los símbolos constructivos o alquímicos es pacíficamente aceptado y asumido como “natural” por todos los masones, parece que no ocurre lo propio con aquellos símbolos de origen religioso. Incluso, dentro de éstos, específicamente los vinculados a la tradición judeo-cristiana (porque tampoco nadie toma al pie de la letra aquellos provenientes del antiguo Egipto).
Por alguna extraña razón, para un importante número de Hermanos, la Escuadra, por ejemplo, es obviamente una representación de la rectitud moral; pero el Gran Arquitecto del Universo, en cambio, no es la representación de otro concepto moral en sentido igualmente figurado, sino, apenas, una redenominación funcional de una entidad divina realmente existente, en la que —por añadidura— es preceptivo creer.
Resulta difícil de entender lógicamente por qué algunos símbolos son parte de un lenguaje figurativo; sin embargo otros son representaciones prácticamente literales. Modestamente, entendemos que es una forma errónea de aproximarse al universo simbólico de la Orden. Todos los símbolos masónicos constituyen un lenguaje figurado. Desde que la interpretación de éstos es personal, la atribución de un carácter divino a los mismos es posible y legítima, pero sólo eso: una interpretación posible de entre varias.
El libre examen: más que un derecho, un deber
Como ya hemos visto, el Rito Escocés Antiguo y Aceptado no impone límites al Hermano Masón a la hora de la búsqueda personal de sus verdades. No hay tópicos tabú para un verdadero masón, porque si así fuera, se le estaría obliterando caminos a recorrer. Sería contradictorio con el carácter de la Masonería el sellado de puertas. La Masonería cierra puertas pero con llave, no con ladrillos; y la llave la entrega en su debido momento (tal el sentido de los grados).
Pero esa capacidad de libre examen del masón no es sólo un derecho inherente a su condición humana. Para un masón, además, constituye un deber.
¿Cómo podría emprenderse la formidable empresa del auto-perfeccionamiento si el masón no revisitara, en primerísimo lugar, sus propias convicciones? Y rutinariamente, no como un ejercicio “por única vez”.
¿Cómo enriquecer su perspectiva si no aprende, primero, y cuestiona, después, la plétora de interpretaciones sobre todos y cada uno de los símbolos de su grado presente y de los grados que ha venido acumulando? También como un ciclo sin fin, no como un análisis puntual, que congele perspectivas.
El mundo profano, esto es, la realidad en la que estamos inmersos, plantea también, de tanto en tanto, importantes desafíos a nuestro sistema de creencias o convicciones, tanto personales como institucionales. Especialmente, los insumos provistos por la ciencia.
El concepto de libre albedrío, por ejemplo, que —como ya se ha visto— se encuentra en el centro de nuestra concepción por cuanto es lo que nos hace seres morales, hoy empieza a estar en cierta medida comprometido por los avances registrados en el campo de las neurociencias. Hay indicios de que al menos algunos procesos de toma de decisiones tienen lugar en el cerebro antes de que la conciencia tome nota de los mismos, lo cual —de comprobarse— dejaría a aquélla, al menos para algunos casos, como una instancia de “legitimación volitiva”, aportando una ficción deliberativa a lo que no es sino un acto mucho más primitivo. ¿Deberíamos los masones renunciar a tomar conocimiento de esas investigaciones —incluso a investigar nosotros mismos— porque ello podría, tal vez, poner en tela de juicio principios arraigados? ¿O, por el contrario, deberíamos asumir con coraje la empresa de repensarlos y reformularlos a partir del nuevo escenario?
Examinar libremente supone estudiar, analizar y reflexionar. No es una tarea sencilla. Y mucho menos lo es cuando el objeto de la misma es nuestro sistema de creencias. Pero la Masonería nos invita a no ser dogmáticos, alentándonos a repensarnos permanentemente. Lo cual es válido para todos los masones, incluidos quienes se consideran agnósticos o ateos. Porque el masón no puede —no debe— auto-amputarse la posibilidad de crecer.
Este capítulo estaría pronto, pero no podemos cerrarlo sin analizar una cuestión que el lector inteligente ya habrá advertido: ¿y que hay de aquellas creencias que, aunque seculares, hemos definido aquí como “axiomas de existencia”? Por ejemplo, la igualdad ontológica de todos los seres humanos, cuya representación es el Gran Arquitecto del Universo.
Se impone un deber de coherencia: también es posible analizar esos axiomas y dudar de ellos en el proceso. En primer lugar, porque —es lo más probable— luego de dudar, analizar y reflexionar, el masón quede aún más convencido de la verdad evidente del aserto. Pero si así no fuera, si arribara a la convicción de que los hombres no somos iguales ni acreedores a la misma dignidad, deberá entonces hacer el ejercicio honesto de preguntarse si es apropiado continuar perteneciendo a una organización que funda su edificio filosófico en aquel principio. Y si llegara a la conclusión de que sí puede integrarla, entonces debería abordar otra empresa de aun mayor magnitud: fundamentarlo con idéntica honestidad intelectual.
Otros ritos
Se dice del Rito Escocés Antiguo y Aceptado que es deísta. Es una definición discutible, a la luz de los argumentos presentados precedentemente. En todo caso, a nuestro juicio, admite legítimos abordajes deístas pero no excluyentes de otros.
Pero lo que es indiscutible es que efectivamente hay masonerías con ritos no ya deístas, sino decididamente teístas. Tal el caso del Rito de York, del Rito Adonhiramita o del Rito Brasileño. Aún peor, el Rito Sueco, extendido en todos los países escandinavos, que es lisa y llanamente cristiano.
¿Cómo procesar en esos ritos la libertad de conciencia y el libre examen que, se supone, son inherentes a la Masonería? Es muy difícil de imaginarlo. Incluso la cuestión podría tener derivaciones problemáticas. ¿Qué ocurriría si un Hermano agnóstico o ateo uruguayo visitara o, aún más, se afiliara a una potencia que practique alguno de esos ritos? ¿Y un Hermano judío podría ingresar a una logia que practicante del Rito Sueco?
La introducción de elementos propios de la fe en la Masonería, inevitablemente la empequeñece y, al hacerlo, amputa la capacidad de crecer de sus miembros. ¿Tiene sentido una Masonería que, a contrapelo de su historia de libertad, someta a sus integrantes a semejante capitis diminutio?
En definitiva, no existe impedimento alguno de naturaleza iniciática para que ateos y agnósticos participen de la Masonería, al menos una masonería liberal como la uruguaya; enriqueciéndose y enriqueciéndonos, iluminándose e iluminándonos. A condición de que —igual que el resto— no asuman sus puntos de vista como verdades incuestionables e inmutables, porque las perspectivas congeladas, además de empobrecer, dan cuenta de una poco masónica pereza intelectual.
Con actitud abierta y espíritu fraterno, la Masonería siempre es posible. Sin esos dos elementos, en cambio, definitivamente será otra cosa, pero nunca Masonería.
Gracias por la información, muy interesante. Intentando seguir su postura lógica y de duda analítica y reflexiva, ¿con qué argumentos lógicos -o no- han logrado demostrar -o autoconvencerse-de la existencia de la divinidad autoconsciente y volitiva?
¡Excelente apología del concepto G.•.A.•.D.•.U.•., verdaderamente Universal.¡
Comparto plenamente el sentido del trabajo leído.
La Masonería se desdibuja cuando algunos QQHH deciden definirla y convencer de su concepto a los demás.
Entre lo simbólico y lo concreto hay distancia importante.
Si pudiera, cambiaría la biblia por la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En nombre de la primera se quemaban vivas a las personas, en el de la segunda, se habría impedido semejante atrocidad.
Un TAF desde Chile.
COMO EXPLICA RAYMOND MOODY LA VIDAD MAS ALLA DE LA VIDA LIBRO DE EL